martes, 17 de noviembre de 2009

reencuentros y tuLipanes

ensayo fotográfico

fuerte y orgullosa

alegre y entusiasta

sensible y expresiva

sincera y apasionada

sensual y despeinada


libre y creativa



ya no te vayas

pobre duende

I

  Pasos en mi espalda. Acelero la marcha. Doblo en una esquina cualquiera. Creo que alguien me sigue. Detecto su respirar agitado y un sudor frío me recorre la nuca. Doy pasos desparejos. Siento el revoloteo inquieto de mi alma enjaulada. Vuelvo a doblar para comprobar mi sospecha. Sigue allí. No puedo salir corriendo, estoy en la cuidad, cualquiera que me viera pensaría que he perdido la razón. Me duele el bazo. Estoy exhausto. Tengo un colibrí encerrado en el pecho batiendo sus alas a 90km/h. Miro el reloj, son las 15:25. Salí de la oficina aproximadamente a las tres. Creo que llevo unos 20 minutos inventando laberintos para deshacerme de este ser repugnante. ¿Qué pretende hacerme? ¿Por qué especialmente a mí? No hay gente en esta calle, los comercios aun no abrieron. Temo por mi vida y por mis sueños. Asquerosa mente enferma y despiadada, ¡aléjate de mi ser, no toques ni siquiera mi aura, ni siquiera el aire que la roza!
  Esta locura no tiene sentido, debo ponerle fin. Me doy vuelta bruscamente. El picaflor en mi pecho aletea aun más fuerte. No puedo creer lo que veo. Es un duende. ¡Es un duende en el medio de la cuidad en un día de sol! Es un duende que debe estar loco. Es un duende que no conoce la maldad de este mundo. Los científicos podrían encerrarlo para hacerle extrañas e invasivas pruebas. La policía podría torturarlo para que confiese su origen y entregue al resto de su raza. Los medios de comunicación lo invadirían sin descanso. Pobre duende demente y perdido. Pobre duende. Yo le ofreceré un asilo.
  Me lee la mente. Me toma de la mano. Sabe que vamos a mi casa. Mi vecino me saluda como si nada. No entiendo. ¿Sólo yo puedo verlo? Telepáticamente confirma mi sospecha. Tengo miedo. Igualmente le abro la puerta. Él invade mis pensamientos, es él quien toma mis decisiones.
  Ruido de llaves. Es mi mujer que llega del gimnasio. El duende me dice sin palabras lo que debo hacer. Me siento poseído. Me escondo en silencio en la cocina mientras ella pasa al baño para ducharse. Debo esperar. El agua se abre. Me quito la ropa y entro al baño. El duende pronuncia en mi voz palabras para seducirla, la acaricia con mis manos, la besa con mi boca, le hacemos el amor. Ella parece disfrutarlo más que nunca. Yo también.
  El duende está exhausto. Está satisfecho. Está feliz. Tiene un colibrí encerrado en mi pecho batiendo sus alas a 90km/h. Lentamente llega la calma a los cuerpos. Me voy. Nos vamos para que ella termine de ducharse. No estoy seguro de lo que siento. Se que el duende debe irse ahora. Le abro la puerta. Lo veo desvanecerse más rápidamente de lo que se aleja. Ha desaparecido. No lo entiendo. ¿Qué fue todo esto?

II

  Los meses pasan y sigo pensando en el duende. La idea me consume. Mi mujer está embarazada. Temo que ese hijo no sea mío. Me estoy volviendo loco. Creo que la odio. ¿Cómo pudo pensar que ese era yo? ¿Cómo después de tantos años no pudo distinguir la diferencia? No puedo perdonarla. Debo deshacerme de ella. Debo matar a esa maldita infiel. Sólo así dejaré de pensar en el duende. Solo así podré liberar mi mente. Todo parecerá un accidente.


III

  Ha muerto por fin. He cortado los frenos de su auto. Ha muerto ella y el asqueroso nuevo duende que habitaba en sus entrañas. Es extraño, no siento ningún remordimiento. Estoy feliz. Voy a festejar abriendo un vino añejo de la bodega. Me sirvo una copa colmada. Se termino la pesadilla. Estoy eufórico. Sin querer derramo vino en mi camisa. Voy al baño a limpiarme un poco. Me miro al espejo. No puedo creer lo que veo. Es un duende. Soy un duende. Pobre duende. ¿Sólo yo puedo verlo? Ruidos en la entrada. La policía ha derribado mi puerta. Me han descubierto. ¿Cómo lo hicieron? Tal vez ellos también pueden leer mi mente. Me llevan. Van a encerrarme. Tengo miedo.


IV

  En el hospital me dan unas pastillas azules y unas rosa que hacen que el duende se duerma por momentos. Así, durante breves instantes puedo pensar por mí mismo. En esos instantes me invade la culpa: soy un asesino, un psicópata, un demente. En mi desesperación grito, golpeo mi cabeza enferma contra las paredes. Unos hombres me sostienen, me inyectan sustancias para que me calme y me duerma. Me despierto, esquivo los espejos, no se quién soy esta vez, quiero terminar con esta tortura. Robo unas pastillas del armario de las enfermeras. Las tomo todas. Me voy desvaneciendo. El picaflor en mi pecho bate sus alas cada vez más lento.

V

  Me despierto. Todo ha sido un espantoso sueño. Mi mujer duerme serenamente a mi lado. Ni en sueños podría lastimarla. Ni en sueños podría ser tan frío y tan cruel. Siento asco de mí mismo por fantasear siquiera con esas cosas. Anoche discutimos sobre su madre. Esa mujer no deja de entrometerse en nuestra relación. Siempre metiéndole ideas raras, la última vez le dijo que con cualquier otro hombre estaría mejor. No puedo entender por qué ella la defiende tanto. De todos modos no hay justificación para soñar algo así. No comprendo esos juegos siniestros de la mente. ¿Qué clase de monstruos habitan en lo profundo de nuestra psiquis? ¿Qué clase de asquerosas bestias seríamos si no pudiéramos reprimir esos deseos?
  Por suerte ella sigue allí, placidamente dormida y tapada con sus diez mil frazadas. Siempre tan friolenta. Todavía estoy impresionado, necesito refrescarme un poco, lavarme la cara. No quiero despertarla. Camino silenciosamente hasta el baño. Enciendo la luz. Me miro al espejo. No puedo entender lo que veo. Sangre. ¿Qué he hecho?

María Laura Remaggi 30/10/2009

domingo, 28 de septiembre de 2008

tembLorosa caLma

La calma que busco no es la paz de la posguerra,
la del silencio brusco cuando la nada llega,
el resignarse a vivir bajo el horror de la muerte,
el implorar justicia divina, frías venganzas, mejores suertes.

Es el vibrar temeroso de tus pupilas mojadas,
y es el temblor emocionado de sus brillos,
es la quietud de tu alma en la nostalgia,
la paz que busco, que necesito.

Es saber que sabés que te entiendo,
es creer que podés, que podemos,
es saborear la dulce sal de esos besos,
toda la calma que busco, toda la paz que deseo.