miércoles, 10 de septiembre de 2008

casuaLidades


Como cada vez que la angustia provoca un hondo pozo en mi pecho, salí a disfrutar del gélido viento que, sin descanso y sin piedad, intentaba penetrar mi desahuciado rostro. Y sin rumbo cierto, dirigí mis cansinos pasos hacia el radiante horizonte. Noté cómo a través de mis ojos, inflamados por el reciente llanto, gotas doradas de sol colisionaban desvergonzadamente con mis húmedas pestañas, formando allí unos destellantes circulitos nacarados.

Es notable cómo la belleza del mundo se empeña en arruinar los más imponentes momentos de desesperación. Ya había experimentado esta sensación antes, cuando una inoportuna mariposa de ropaje negro y anaranjado furioso decidió cruzarse en otra de mis tristes caminatas diurnas. Estos paseos suelen ser bastante efectivos cuando el encierro que me ofrece la insidiosa racionalidad se torna insoportable.

Comienzo a pensar que aquellos círculos nacarados, o aquella mágica mariposa, no necesitan explicación alguna. Ninguna ciencia podría saciar la infinita curiosidad que han despertado en mí estos fenómenos de avasalladora simpleza disfrazada de complejidad. Tal vez, estos eventos fortuitos sólo requieran de nuestra aceptación, para que así, al contemplarlos sin cuestionamientos, el espíritu se disponga a dejar atrás su tan arraigado dolor.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Estoy leyendo Adan buenosayres, de Marechal, y me encanta. Que lindo que la belleza te haga superar los momentos de desesperación.

Las ciudades se caen, y un niño nace (Spinetta).

Rafael Quero, mendoza, argentina