miércoles, 10 de septiembre de 2008

eL gLobo mágico

Ese día el Clown no sólo llevaba los usuales globos de colores, ese día tenía uno especial… uno que yo juzgué mágico. De a ratos parecía transparente, y otras veces de un color indescriptible… un color que yo juzgué mágico. De pronto el Clown me ofreció aquel increíble globo mirándome con una sonrisa grande pero a la vez extraña, tal vez demasiado grande, tal vez carente de toda la inocencia que yo tenía en ese entonces, esa misma inocencia que me llevó a extender mi tierna manito y tomar el cordel de aquel globo mágico.

El payaso no dejaba de observarme, quería captar cada reacción mía, como si pretendiera absorber con sus ojos cada brillo de los míos, cada risa de niña, cada recuerdo feliz, toda mi humilde alegría. Con un gesto y un brazo extendido me invitó a subir al carrusel, y allí dudé, temía perder mi preciado globo mágico a causa de las excitantes vueltas de la calesita. Pero al verme paralizada, el Clown insistió empujándome hacia ella repetidamente. Casi sin darme cuenta el juego ya estaba en marcha y yo sobre un antiguo caballito blanco de crines doradas. Estaba ansiosa y emocionada, y con algo de miedo en el corazón apreté bien fuerte en mi mano la piolita de aquel globo increíble.

Todo giraba y giraba muy rápido, tanto que no veía más que difusos rayones de colores, hasta que en dado momento la calesita comenzó a moverse a lo largo de una extensa y vertiginosa espiral hacia abajo, llevándome a lugares oscuros, a pozos infinitos, a sitios donde mi alma se vació de canciones y se llenó de escondites sombríos. Buscaba con la vista al payaso, pero ya no estaba allí, deseaba encontrar en el rostro de otros niños mi propio rostro, para así acompañarnos mutuamente en aquel extraño viaje del terror. Pero no había ninguno, allí no existía nada más que mi globo y yo.

Al terminar aquel infierno de bruscos giros sin sol, quise llenar nuevamente mi alma de ilusiones, esas que sólo podría darme mi globo mágico, ese al que tan firmemente sujeté para no perderlo jamás. Pero cuando elevé hacia él mi mirada esperanzada, algo había cambiado, ya no tenía más aquella excepcional transparencia ni aquellos destellantes colores desconocidos, ya no guardaba esa magia que yo tanto necesitaba, y definitivamente, ya no me hacía feliz.

Contemplé entonces aquel desolador parque de diversiones desierto y abrí mi pequeña mano ya sin fuerzas abandonando aquel globo inservible para que se reuniera en su vuelo con la inmensidad del cielo gris. Muchas lágrimas rodaron sobre mis pómulos blandos, y a pesar de que me encontraba completamente sola lloré en silencio, como si así pudiera ocultarme a mí misma mi propia vergüenza, mi propio dolor.

Hasta el día de hoy suelo ver en mi mente al Clown y su risa burlona, y el recuerdo imborrable de ese engaño mancha con su inevitable presencia cada nuevo momento de satisfacción. Creo que ya nunca podré olvidar ese cruel rostro pintarrajeado ni todo el inabarcable vacío que dejó en mí; pero sí, a veces, y sólo a veces, escribo un relato, una poesía o una canción, algo para ofrecerle a las almas heridas… algo que yo juzgue mágico.

2 comentarios:

diego dijo...

buenisimo el cuento me encanto muy bien che!!!!

Anónimo dijo...

creo que todos hemos tenido algún momento de soledad inhumana en donde la felicidad y la amargura de ese "ser y existir" queda relegado en un vacío tan profundo y ciego que solo tus propias lágrimas son capaces de acompañar y sostener tu destrozada esperanza de vivir